Debo reconocer que una de las cosas que mas disfruto desde que llegue a mi comunidad parroquial de la Natividad del Señor es la Hora Santa cada jueves. Ya desde el seminario tenía referencias de este por momento por un amigo antecesor en la parroquia y cuando llegó el día en que tuve la oportunidad de exponer el Santísimo Sacramento y mirar la gran cantidad de gente que miraba con amor y respeto el "Misterio de nuestra fe" me sentí sobrecogido.
Y así he visto transcurrir durante ya casi dos años, jueves tras jueves a la comunidad se reunida para orar con gran devoción con "aquel que saben que los ama", en palabras de la gran enamorada.
Durante este semestre anterior se propuso un proyecto para animar nuestras Horas Santas, para que quienes fueran los responsables de dirigirlas las prepararan y organizarán diligentemente. Mis muchachos de pastoral juvenil fueron especialmente responsables de muchas de ellas, y con mucho gusto los veía preparar la ambientación y los guiones para cada uno de esos momentos. Su empeño fue edificante.
Sin embargo hoy, después de confesar, tome lugar en las bancas y me dispuse a disfrutar un momento de todo aquello, y aunque hoy no había nadie dirigiendo, salvo el coro que deliciosamente aderezaba con cantos la oración, disfrute muchísimo ver a mi Señor y frente a él a todos sus discípulos. No necesité nada más. ¿Qué podría necesitar si Dios estaba frente a mi?
Viene otro proyecto en puerta para ambientar las oraciones de cada jueves, sin embargo, yo quisiera compartirles la misma pregunta que resuena en mi conciencia: ¿Tendremos la capacidad de orar en silencio durante una hora reconociendo en presencia de quien estamos? o seguimos necesitando de cosas que llenen los espacios cuando empiezo a pajarear o a distraerme, necesitamos lagrimas o gritos, o fuertes impresiones. Obviamente esta pregunta funcionaría únicamente en quienes hemos recorrido ya algún trayecto en el proceso espiritual desde nuestro encuentro con Dios.
Me refiero a ese terrible riesgo que todos enfrentamos de ir buscando para la oración cosas que nos entretengan y que de alguna manera, no intencional, nos evitan llegar a ese momento de silencio, en el que Dios empieza a hablar no en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego sino entre simples susurros de viento suave como lo haría con Elías.
Hoy creo, y espero que sea inspiración divina, que la mejor manera de mejorar nuestras Horas Santas no es, en primer lugar, lo que se hace en ese momento, sino la devoción Eucarística que se tendría que fomentar entre nosotros. De esa manera aprenderemos a reconocer a Cristo, el mismo Cristo en cada sagrario, sin diferencias ni distinción, sin creer que uno es mejor que otro por el show que le montamos. ¡Vaya! es importante primero cambiar nuestra percepción personal si es que anda un poco perdida, para que entonces la ambientación, los rezos, las velas, los cantos, los gestos ocupen su digno segundo lugar en nuestros intereses espirituales.
Por lo pronto yo sigo disfrutando de la Hora Santa de cada jueves en mi parroquia, disfruto al coro que canta y que a veces desafina, disfruto a los noviecillos que no son capaces de soltarse ni siquiera en ese momento y que imagino que quieren demostrarle su amor a Dios, disfruto del calor que tantos aguantan estoicamente porque hay cosas mas importantes que esa incomodidad, disfruto del niño que llora, pero sobre todo disfruto de ver a quien amo y a quien me ama, todo lo demás es solo adorno.